jueves, 22 de septiembre de 2011

Humanidades y falsa economía

Manuel Pérez Rocha
Hace poco más de 100 años, Thorstein Veblen –economista estadunidense de influencia indiscutible en la academia y en su campo profesional– decretó que las humanidades constituyen una actividad inútil de la clase parasitaria. En su famoso libro Teoría de la clase ociosa acusa a quienes se dedican a ese campo de la cultura de no producir valor alguno y estar movidos sólo por vanidad. Este famoso autor y muchos otros economistas (y algunos científicos) establecen una contraposición simplista: las humanidades son la actividad de diletantes inútiles; son conservadoras, enemigas de toda innovación, en tanto que las ciencias, incluyendo en ellas la economía, son la actividad de espíritus industriosos, productivos, revolucionarios.
 
Es obvio que en esta incriminación no hay sino una generalización inválida y un prejuicio ideológico. Sin embargo, tuvo profundo eco en sus colegas del siglo reciente; es claro que coinciden con él los economistas que hoy toman decisiones en materia educativa y cultural en organismos internacionales y en los gobiernos de muchos países, entre ellos el nuestro.
Hoy la embestida contra las humanidades se concreta en decisiones y proyectos específicos. En nuestro país, la Secretaría de Educación Pública (SEP) panista ha suprimido las humanidades en la enseñanza media superior; en la educación básica se han reducido de manera significativa los temas de historia y las horas dedicadas a estudiarlos; en el nivel superior se expresa, por ejemplo, en el remplazo de la educación universitaria por simulaciones llamadas universidades tecnológicas y universidades politécnicas (en este sexenio se han creado 90), en las cuales las humanidades son marginales o inexistentes.
A pesar de que estas decisiones son nefastas y el prejuicio en que se basan carece de la más elemental justificación, tienen fuerza porque sirven a los intereses dominantes de este país y porque corresponden con los proyectos que, desde los organismos internacionales (como el Banco Mundial, la OCDE y otros), impulsan los economistas que los dirigen. En Europa, el Plan Bolonia (patrocinado por el Espacio Europeo de Educación Superior) ha significado el abandono o la franca desaparición de muchos programas de humanidades (en Italia, Francia, España, Alemania); plan que sus opositores han considerado la destrucción de la universidad europea y que tiene amplia extensión en otros países, incluyendo el nuestro, mediante su proyecto Tuning (que bien puede traducirse como sometiéndolos).
El autoritarismo con que se imponen estas medidas es denunciado de manera enérgica en varias naciones. En un trabajo denominado Bolonia no existe. La destrucción de la Universidad europea, su autor, Carlos Fernández Liria, filósofo de la Universidad Complutense de Madrid, denuncia que dicho plan ha avanzado firme y seguro como una apisonadora, con total independencia de lo que opinara el mundo académico. La clave ha estado en una insólita acumulación de mentiras y de propaganda. También en un chantaje institucional. Bolonia ha sido lentejas, que o las tomas o las dejas. Las instituciones universitarias se han visto obligadas a aceptar lo inaceptable porque no tenían otra opción que tragar con la reforma o resignarse a desaparecer. Es necesario reiterar que lo mismo hacen los funcionarios de la SEP: por una parte, ni ven ni oyen al Consejo Universitario de la UNAM, ni a los filósofos organizados que han rechazado sus bárbaras decisiones, y por otra, arrebatan a muchas instituciones la aceptación de sus dictados mediante el condicionamiento de los recursos financieros.
Pero además, la defensa de las humanidades exige una revisión crítica de su función en los espacios académicos y de sus relaciones con las ciencias naturales y sociales; implica demostrar con resultados la utilidad que tienen tanto en la generación de valores humanos, éticos, sociales y culturales, como en el avance del conocimiento en general, y en particular el de las ciencias. En especial, es necesario probar que las humanidades –la ética, la lógica, la epistemología y la historia, pero también, por ejemplo, la filología, la lingüística y la literatura– hacen aportes sustanciales a las ciencias sociales, incluyendo la economía. Es bien sabido que los conceptos y juicios más sólidos y útiles sobre el dinero no los han formulado economistas, sino filósofos y escritores como Aristóteles, Marx o Shakespeare. Es apremiante que quienes cultivan estas disciplinas humanísticas nutran la crítica de las expresiones dominantes de la economía –neoclásica y neoliberal–, desde las cuales se dictan las acciones contra las humanidades y conducen al mundo a la catástrofe. Los despropósitos y malignidad de estas corrientes derivan, entre otras causas, de su rompimiento con las humanidades, particularmente con la filosofía y la historia; aunada a esto, la pretensión de ser ajena a la política ha hecho de esta falsa ciencia económica una actividad carente de sustento científico y desconectada de la realidad. En rigor, esas corrientes se ocupan (y mal) de la crematística, no de la economía.
La defensa de las humanidades implica impulsar acciones organizadas que logren revertir las decisiones que se están tomando en los centros de poder económico y político. Los filósofos mexicanos están dando una batalla a la que deberían sumarse todos los interesados en la educación y la cultura en este país, en particular los historiadores, artistas, escritores y demás intelectuales y académicos. No se trata simplemente de que defiendan su chamba: es una responsabilidad histórica.
Las crisis financieras han propiciado una creciente crítica a la corriente dominante de la economía. Es oportuno resaltar el movimiento iniciado en 2000 por un grupo de estudiantes de La Sorbona, quienes denunciaron que la economía que se les enseñaba era propia de autistas, que nada tenía que ver con la realidad (www.paecon.net). Este movimiento, extendido hoy a muchos países, edita una magnífica revista académica llamada Real World Economics Review. Se puede consultar gratuitamente en Internet.


Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/09/22/opinion/023a2pol

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